jueves, 17 de septiembre de 2009

Leyendas sobre el origen y destino de la Santa Cruz de Cristo

En los cuatro evangelios canónicos se narra la condena a muerte, la crucifixión y el entierro de Jesús en Jerusalén. Tres siglos más tarde, el emperador romano Constantino I 'el Grande' organizó una expedición destinada a identificar los escenarios del episodio de la Pasión. Bajo un templo pagano, en un paraje señalado por las autoridades cristianas locales como el 'Jardín del Gólgota', se hallaron los restos de un cementerio que fue reconocido como 'el venerable y santificado monumento de la resurrección de nuestro Salvador'. Sobre dicho solar, el emperador hizo erigir la iglesia del Santo Sepulcro, un gran complejo integrado por cuatro espacios -una rotonda que alojaba la tumba de Jesús (Anástasis/resurrección), un atrio en torno a la roca del Calvario, una basílica y un gran patio.

Los orígenes de esta iglesia se superponen con la tradición relativa a la localización de la cruz a la que fue clavado Jesús, labor que la tradición atribuye a Elena, la madre de Constantino. Elevada a la categoría de 'augusta' por el emperador, esta enérgica mujer promovió la fundación de hospitales, iglesias y monasterios por todo el imperio.


La tradición medieval

En la colección de narraciones recopilada en la Edad Media bajo el nombre de Leyenda Áurea se cuenta que la madera de la cruz procedía de un árbol plantado por Seth sobre la tumba de su padre: Adán. Siglos después, el árbol fue talado por Salomón, que intentó emplearlo como viga en su palacio. Durante su mítica visita a Israel, la reina de Saba reconoció el origen sobrenatural de la madera y ésta fue enterrada en un lugar que más tarde ocuparía un estanque. Llegado el momento de la crucifixión de Jesús, la viga apareció flotando y fue empleada en su sacrificio.

La Leyenda Áurea también hace referencia al papel jugado por Elena en la recuperación de la cruz. Así, conforme a la tradición medieval, después de que su hijo hubiera vencido a los bárbaros portando un estandarte en forma de cruz, Elena, ya anciana, viajó hasta Jerusalén y localizó bajo las ruinas de un templo las cruces de Cristo y los ladrones junto a los que había sido ajusticiado. Una vez hubo comprobado los poderes milagrosos del madero, Elena lo hizo dividir en fragmentos: uno fue enviado a Roma, otro a Constantinopla y un tercero permaneció en Palestina guardado en un estuche de plata.

De cómo un buen fragmento de la cruz terminó en un monasterio enclavado en los Picos de Europa se ocupa otra tradición, conforme a la cual, en el siglo V, un astorgano de nombre Toribio, futuro obispo y santo, se dirigió en peregrinación a Jerusalén y allí fue ordenado sacerdote. Al regresar a la península, portaba un trozo del lignum crucis que fue conservado en Astorga hasta su traslado a Liébana, en tiempos de la entrada de los musulmanes en la Península Ibérica.


1 comentario:

E.M.López dijo...

Woooo!! Me has sorprendido! Aunque a mí todas estas cosas de las reliquias me resultan increibles, y a ello se suma todo ese misterio esotérico que rodea al Lignum Crucis, pero es una buena versión.

SALUDos y bss.